Te humillaste hasta la muerte, y muerte de cruz, para redimir a todos los pecadores;
y ni en el pensamiento, ni en la intención de tu corazón hubo una sola excusa,
ante la multitud de execrables razones.
Oh Hijo del Hombre, en tu manifestación en carne te consagraste al Padre,
y diste ejemplo de santa obediencia a la humanidad.
En tu ministerio público, oh Señor; y después de innumerables milagros, nadie en su necedad supo reconocerte,
como el único Dios de la eternidad.
Oh Cordero inmolado, y no abriste tu boca,
camino del abominable sacrificio en el Calvario;
porque iba a ser tu preciosa sangre derramada,
la que daba gracia a la era del nuevo pacto.
Oh Cristo Jesús, en tu muerte, sepultura y resurrección,
para los que creyeron en tu nombre se paro el tiempo.
La incertidumbre se adueño de un incredulo corazón,
en el que hizo presa un tenebroso miedo.
Qué difícil es seguir al Todopoderoso Redentor,
en la pavorosa tormenta.
Solo si amas con su majestuoso amor,
habrás conseguido la paz eterna.
Paz de Cristo
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