En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva.
De tal grandiosidad es tu misericordia, oh Omnipotente Redentor, que al que creyere en tu nombre será eternamente salvo.
Y aun a tu lado pasarán inadvertidos los sucios ríos de ignominia,
que desbordan el inicuo cauce de lo indigno.
Oh Cristo Jesús, de escasa receptividad eran las buenas nuevas de tu sobrenatural pronunciamiento,
ante la obscura opacidad de nuestros desvirtuados e insensibles sentidos.
Danos provisión, oh Señor, de tu glorioso discernimiento,
para ser tus bienaventurados hijos.
Oh Señor Jesucristo, de tu obra en la cruz del Calvario,
dejaste prueba inequívoca como autor y consumador de la fe.
Subscribiste tu muerte, sepultura y resurrección antes de la fundación del mundo en el eterno santuario.
Porque, oh Rey de la gloria, Tú das por hecho el espiritual prodigio que nadie ve.
Oh Santo de Israel, radiante y genuino, templo eres,
que das perpetua luz al infinito universo.
Y ya no habrá más tinieblas causadas por malignidades;
solo resplandecerá la nueva Jerusalén donde no habra día ni noche en sus transparentes calles de oro.
Asumamos la intrínseca dificultad de llegar a la estatura del varón perfecto,
por ser de un santísimo tallaje.
Haz que de su excelso perdón a la humanidad se propague el eco,
hasta tener la sagrada convicción de su despiadada muerte; porque has de saber que el Todopoderoso Señor y Salvador Jesucristo, estuvo muerto, y ahora por los siglos de los siglos a la diestra de su majestad en las
alturas vive.
Paz de Cristo
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