- Oh Cristo, al yermo desierto lo envuelve un sepulcral silencio,
- que le hace imposible definir la libertad.
- Pero nada le ha sido impuesto,
- ni existe impostura en su verdad.
- Oh Cristo Jesús,
- Tú has desnudado mi alma árida.
- Y al asirse a la excelsa plenitud,
- ha de saciar su sed, oh Señor, en tu gloria inconmensurablemente sabia.
- Oh Cordero inmolado, aún resuena el eco de los lacerantes latigazos,
- de los que vilmente fuiste objeto camino del Calvario.
- El maligno pretendió borrar tus sobrenaturales prodigios con sus zarpazos;
- pero en gloriosa majestad venciste con tu muerte al imperio de la muerte, para ser el Soberano Señor del eterno santuario.
- Y al tercer día, la obscuridad del sepulcro, oh Altísimo Señor Jesucristo,
- se transformó en la radiante luz de tu resurrección.
- Y por manifestar inusitada incredulidad, un discípulo,
- con su mano palpó tu sagrada llaga; por la que fuimos todos curados a la sazón.
- La Biblia dice: Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego.
- Así que, por sus frutos los conoceréis.
- En el desierto del alma se afirma el incorruptible celo,
- de los que sin haber visto al Santo de Israel, en su nombre que es sobre todo nombre, el Evangelio de la gracia predicaréis.
- Paz de Cristo
martes, 22 de diciembre de 2020
LOS DESIERTOS NO DAN FRUTO, SINO EN CRISTO
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