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martes, 22 de diciembre de 2020

LOS DESIERTOS NO DAN FRUTO, SINO EN CRISTO

  • Oh Cristo, al yermo desierto lo  envuelve un sepulcral silencio,
  • que le hace imposible definir la libertad.
  • Pero nada le ha sido impuesto,
  • ni existe impostura en su verdad.

  • Oh Cristo Jesús, 
  • Tú has desnudado mi alma árida.
  • Y al asirse a la excelsa plenitud,
  • ha de saciar su sed, oh Señor, en tu gloria inconmensurablemente sabia.

  • Oh Cordero inmolado, aún resuena el eco de los lacerantes latigazos, 
  • de los que vilmente fuiste objeto camino del Calvario. 
  • El maligno pretendió borrar tus sobrenaturales prodigios con sus zarpazos;
  • pero en gloriosa majestad venciste con tu muerte al imperio de la muerte, para ser el Soberano Señor del eterno santuario. 

  • Y al tercer día, la obscuridad del sepulcro, oh Altísimo Señor Jesucristo, 
  • se transformó en la radiante luz de tu resurrección.
  • Y por manifestar inusitada incredulidad, un discípulo, 
  • con su mano palpó tu sagrada llaga; por la que fuimos todos curados a la sazón.

  • La Biblia dice: Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego.
  • Así que, por sus frutos los conoceréis.
  • En el desierto del alma se afirma el incorruptible celo,
  • de los que sin haber visto al Santo de Israel, en su nombre que es sobre todo nombre, el Evangelio de la gracia predicaréis.
  •                      Paz de Cristo 

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