Nosotros somos de Dios; el que conoce a Dios, nos oye; el que no es de Dios, no nos oye. En esto conocemos el espíritu de verdad y el espíritu de error.
Tu voz, oh Cristo, es de un timbre sublime.
En su melodía de amor,
se escucha su sagrada verdad, que de gracia el corazón circunciso recibe.
La Palabra, oh Señor Jesús,
con su onda Cristocéntrica abarca el universo.
Y tal es el resplandor de su majestuosa luz,
que penetra hasta en lo más recóndito el doble filo de su incisivo verso.
Oh Señor Jesucristo, tu sangre derramada en la cruz del Calvario,
fue el precio que pagaste, para libertar a cada alma del pecado.
Y ese lacerante flagelo, lo asumiste voluntariamente en tu celestial santuario;
convirtiendo así al ser inicuo que en tu nombre creyere en bienaventurado.
Aun tocando fondo, oh Cristo Jesús, con tu redentora muerte,
la humanidad sigue mostrando su dura cerviz.
Y en su indolencia persiste,
con un sórdido e inmundo cariz.
Oh Rey de reyes,
Tú conoces todas y cada una de las máscaras del fariseo.
Y se mueve en la farsa de ser merecedor de tus gloriosos bienes;
pero, oh Señor de señores, antes de que salga de su boca, Tú conoces la mentira encubierta de su fatuo pensamiento.
Oh Todopoderoso Señor y Salvador Jesucristo,
Tú eres muy celoso de tu gloria.
Omnipotente, omnipresente y omnisciente es el Santo Espíritu;
y su infalible balanza, únicamente concederá la salvación a los corazones en victoria.
Paz de Cristo
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