Y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios; al cual veré por mí mismo, y mis ojos lo verán, y no otro, aunque mi corazón desfallece dentro de mí.
La vanidad sojuzga al ser humano; pero cuando la muerte se convierte en luz o sombra, es el momento del no retorno.
Porque el espíritu vuelve a Dios; y parte de ti,
para descubrir el cielo o el infierno.
Creer en Cristo,
es la convicción profunda de que Él es tu Señor y Salvador.
Y nada se oculta a la verdad del Santo Espíritu;
porque en su sagrada balanza, pesa cada micra de tu amor.
¿Está siendo tan genuflexa nuestra rodilla,
como para agradar hasta lo sumo a nuestro Cristo Redentor?
¿O tal vez, en nuestra alma la herrumbre y la polilla,
hayan diezmado el inicial y glorioso clamor?
La prueba es el mayor grado de inflexión,
que nos diferencia y determina en Cristo Jesús.
Y es que, en la obscuridad de nuestro afligido corazón,
se hace incontrovertible la victoria, oh Señor, con el resplandor de tu majestuosa
luz.
En el Seol no podrás alabar al Rey de reyes,
que con su preciosa sangre derramada en la cruz del Calvario, te dio gracia.
Sé el siervo que sin desmayo a sus pies te postres,
para que con la misericordia de su perdón, sea tu alma salva.
Paz de Cristo
No hay comentarios:
Publicar un comentario