Jesús lloró.
Y en su santuario eterno el Sumo Hacedor,
del majestuoso cetro regio se despojó,
para ser el Hijo del Hombre y nuestro Omnipotente Redentor.
Oh Padre eterno, en un establo fue tu nacimiento,
y lo transformaste en el glorioso templo del Santo Espíritu.
Tu poder descendió del firmamento;
y el que en tu nombre creyere será salvo, oh mi Señor Jesucristo.
Siempre te persiguió la abyecta vileza,
oh Cristo Jesús.
El inicuo en su execrable tibieza,
nunca descubrirá, oh Señor, que Tú eres del mundo la luz.
Oh Rey de reyes y Señor de señores,
te escarnecieron y vituperaron en un martirio de cruz abominable.
Cuando tu ofrenda de misericordias y favores,
eran el loor de la eternidad inefable.
Oh Fiel y Verdadero,
tu corazón lloró en los desiertos lágrimas de sangre.
Pero la infalible balanza, pesará los corazones en el día postrero.
Y abrirás la gloria, oh Todopoderoso Salvador, al que negándose a sí mismo, haya consagrado cada segundo de su vida con el ferviente deseo de adorarte.
Paz de Cristo
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