Oh Cristo, en el principio, instrumento de afinación perfecta fue el ser humano;
y lo creaste a tu imagen y semejanza, para que te adorase en espíritu y en verdad.
Lo concebiste un poco menor que los ángeles, de facto;
sin embargo, se precipitó al abismo, desestimando la eternidad.
¿Por qué se desafinó en el Edén?
¿Fue tal su codicia, que quiso buscar un lugar fuera del paraíso?
En su obscuro pensamiento, de Dios hizo desdén;
y tornó, en errático, lo glorioso.
Oh Señor Jesucristo, grandioso fue el misterio de la piedad,
ante un instrumento inservible.
Y manifestado en carne, oh Rey de reyes, le predicaste las buenas nuevas, en el loable intento de afinarlo con el diapasón de la verdad.
Y aun derramaste, oh Señor, tu preciosa sangre en la cruz del Calvario, para redención y justificación del pecado que le tenía cautivo en el Seol aborrecible.
Oh Fiel y Verdadero, tocaste fondo, al nacer en un establo; y despojado de tu cetro regio,
ser el mayor siervo de toda la humanidad.
Y después de tus prodigiosos e incontables milagros, en Nazaret, no fuiste acepto.
Oxidado instrumento es el hombre, que no se dejó afinar por la verdad.
Oh Todopoderoso Salvador, tu afinación perfecta es la santidad;
sin la cual nadie verá al Señor.
La sabiduria de lo alto, oh Rey de la gloria, derramada es por tu majestuosidad;
pero únicamente la recibirán, oh Señor de señores, las almas que han tenido fe en ser afinadas por tu excelso amor.
Paz de Cristo
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