La oración perfecta es aquella que en su clamor,
llama a las cosa que no son, como si fueran.
Porque, oh Cristo, es tal el exponente de su amor,
que consigue que todos sus propósitos se cumplan.
Has de asumir, como hijo de Dios, tu celestial autoridad,
porque vives en el Cristo que estuvo muerto y ha resucitado.
El cielo te ha dado toda potestad,
para hacer al mundo bienaventurado.
Tu nivel de fe es primordial,
para consumar el milagroso desafío.
Invocarás el nombre de Jesús ante todo mal,
y rotas quedarán las ataduras del maligno.
La duda es inoperante,
porque obra en contraposición de la consecución del milagro.
Si la fe no es desbordante,
para el Rey de la gloria, no existe el verdadero espíritu de quebranto.
Al orar,
en el mismo momento de la invocación del nombre, que es sobre todo nombre,
se doblará toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra.
Oh Señor Jesús, el mayor milagro es la conversión del alma para que en tu nombre pueda amar,
y permanezca a tus pies eternamente postrada.
Paz de Cristo
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