El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel nacido del Espíritu.
Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza.
Seguid febrilmente las huellas del Señor Jesucristo,
y habréis vetado del enemigo toda asechanza.
Dice la Biblia: Y vestíos de amor, que es el vínculo perfecto.
En tu crucifixión, oh Cordero inmolado, se hizo real la más grandiosa manifestación de amor.
No abriste tu boca, oh Cristo Jesús, sino para pedir al Padre el perdón del torturador más abyecto;
y es meridianamente manifiesto de como tu paz, sobrepasó todo entendimiento, venciendo al imperio de la muerte en el martirio más vil de exacerbado terror.
Oh Señor Jesús, tu preciosa sangre derramada en el sacrificio de inmolación voluntaria en la cruz del Calvario,
nos ha dado el grandioso privilegio de ser hijos de la gracia.
Tu gozo, oh Rey de reyes, es nuestra fortaleza en el evangelismo diario;
y da alas de conversión al que dispone el alma.
Determinante es la fe,
del que se consagra a Cristo.
Porque en lo que no se ve,
obra el Santo Espíritu.
Preguntaron a Jesús: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino solo uno, Dios.
Yo y el Padre uno somos, dijo Jesús; haciendo tangible en esta frase la doctrina de Unicidad.
Conjunción en la bondad son la paciencia y la mansedumbre como insobornables yugos,
que afirman tus pasos por la única senda de eternidad.
Paz de Cristo
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