Tú eres un templo sobrenatural,
y debes cuidarlo con gran desvelo.
Oh Cristo, de la creación somos tu obra magistral;
y desde antes de la fundación del mundo, nos guardas como la perla más preciosa del cielo.
Oh Cristo Jesús, tu presencia ha de permanecer con fulgor en nuestro templo,
concernida en el conocimiento de la verdad.
Tu alabanza, oh Señor, será nuestro regocijo en todo tiempo,
elevándonos con el santo viento de la libertad.
Oh Señor Jesucristo, en tu muerte hubo sepulcro;
pero al tercer día tu sagrado templo fue reconstruido.
El gran Yo Soy así lo dispuso,
para resplandecer en el abismo entenebrecido.
Oh Rey de reyes, con tu gloriosa resurrección,
nuestro templo se revistió del amor eterno.
Y se consagró el vivificante corazón,
en la ardua predicación del Evangelio.
Oh Fiel y Verdadero, el grano ha de morir,
para que tenga vida.
Eres el pan del cielo, oh Señor de señores, que nos sustentas con espiritual paz para vivir;
y ningún temor ha de esconder mi muerte, que por tu excelsa diestra será eternamente bendecida.
Paz de Cristo
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