Jesús, dijo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado.
Y es que, desde tiempo ancestral la hunanidad tuvo una inmunda característica,
que se enmarca en la inexistente convicción de pecado;
y en tan hediondo pozo, el alma alienada la sana doctrina no edifica.
Todo lo pecaminoso está en connivencia con lo mundano.
Oh mi Cristo,
en tu poder me he refugiado,
asido a la verdad del Santo Espíritu.
Rendido y quebrantado a los pies del Omnipotente Señor Jesucristo,
ha lugar el genuino arrepentimiento.
Se vierten lágrimas que salen de lo más profundo del corazon humillado y contrito.
Y transformas las tinieblas del alma, oh Señor, en la admirable luz de tu íntimo encuentro.
Jesús enseña la parábola de la oveja perdida, diciendo: ¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que perdió, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso; y al llegar a casa, reúne a sus amigos y vecinos diciéndoles: Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido.
Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa nuve justos que no necesitan de arrepentimiento.
¡De auténtico milagro se puede tildar al arrepentido!
¡Y le sucedió al recibir la gracia del eterno firmamento!
Es en un de repente,
que tu alma se ve llena por la gloria del Sumo Creador.
Y el pecador se arrepiente,
cuando le ha sido revelado, oh Fiel y Verdadero, que en tu sagrada llaga has esculpido su nombre por amor.
Paz de Cristo
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