Oh Cristo, tu sabia Palabra,
a la contienda no da pábulo.
Porque el siervo que te ama;
blandiendo su espada, proclama la sucinta respuesta del bíblico versículo.
Rectos son los surcos,
cuando el que dirige el timón del arado, ha puesto sus ojos en Cristo Jesús.
Deshechos quedan los infundios,
que no provienen, oh Señor, de tu admirable luz.
Como revestida de una blanca túnica,
te asalta la abominable iniquidad.
Es el maligno enmascarado de asechanza.
Muéstrale en un pestañeo, la reprensión del Señor, que da visibilidad al resplandeciente relámpago de la única y postrera libertad.
Denodada es la guerra sostenida con satanás,
enquistada en una ancestral concupiscencia.
Lleva siempre puesto, en el Nombre de Jesús, el yelmo de salvación o te arrepentirás;
porque el príncipe de este mundo, usa una estrategia de carnal complacencia.
Oh Señor Omnipotente, en tu Espíritu se manifiesta la vida eterna,
y a toda buena obra provee de perfección.
El Rey de reyes, al que ama disciplina,
de todo su majestuoso corazón.
Paz de Cristo
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