Jesús lloró.
Se conmovió el alma del Señor Omnipotente.
Sin embargo para resucitar al amigo fraternal, toda lagrima no bastó.
El milagro de la vida se hizo factible, cuando en el obscuro Seol retumbó el estruendo eterno de su voz; y en un llamado providencial, venció a la desafiante resistencia de la muerte.
Invocad cada segundo de vuestra existencia
el Nombre de Jesús.
Ante la entenebrecida muerte impuesta,
que tu venida, oh Señor, sea refulgente y con desmesurada prontitud.
Oh Cristo Jesús, en el sepulcro,
no te pudo retener la lúgubre muerte.
Al tercer día reconstruiste el templo;
y a todo aquelarre maléfico asolaste.
Oh Señor Jesucristo, tu sudoración en Getsemaní,
eran corporales lagrimas de sangre.
Tu aflicción no era baladí:
iniciabas la pasión, para redimir de la prisión del pecado al atribulado hombre exánime.
Oh Fiel y Verdadero, lloraste por la Jerusalén devastada,
y la muerte de sus profetas.
En el reino milenario, por tu diestra será gobernada la ciudad santa.
Y Tú, oh Rey de la gloria, salvarás a las almas bellas.
Paz de Cristo
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