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sábado, 25 de mayo de 2019

SALMO 8:4 EN CRISTO

Digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?
Tú, oh Jesús, en el misterio de la piedad, fuiste el Verbo manifestado en carne: el Hijo del Hombre.
De nuestra semejanza con el Eterno, dejaste constancia, oh Rey de reyes; 
porque en tu humanidad vimos la imagen real del Dios invisible: el Señor y Salvador Omnipotente.

Oh Señor Jesucristo, tu manifestación sobrenatural en la tierra, 
obedece a que eres el Redentor del hijo del hombre.
Nos reconciliaste con el Padre, en tu muerte, y muerte de cruz, Oh Cordero inmolado, para darle a Él toda la gloria;
y con tu preciosa sangre derramada en la crucifixión del Calvario, fuimos redimidos de todo pecado execrable.

Oh Sumo Hacedor, del polvo de la tierra formaste al ser humano, 
y soplaste en su nariz aliento de vida, para que fuera un alma viviente.
Y le concediste el privilegio de sojuzgar, oh Señor, todo lo por ti creado;
pero se arraigó en él la insolencia; y faltó al pacto sobre el árbol prohibido, para legarnos a toda la humanidad el pecado, como estigma de ser desobediente.

Oh Todopoderoso Señor, fuiste tajante ante la traición del hombre, 
y la belleza del paraíso terrenal, se tradujo para todos sus descendientes en una tenebrosa maldición.
Comerás el pan con el sudor de tu frente; 
y a la tierra volverás, ya que polvo eres; porque el Omnipotente Señor del tabernáculo de la gloria, te negó la bendición.

Porque para siempre es tu misericordia, oh Sumo Creador,
pasado el tiempo, te despojaste de tu condición de Rey de reyes, y te manifestaste en carne, para redimirnos del pecado.
Y voluntariamente te enfréntaste al imperio de la muerte con tu muerte, para vencerla derramando tu gloriosa sangre por amor. 
Y ser con tu muerte, sepultura y resurrección, el Señor de toda la creación, en su majestuosa exaltación adorado.
                            Paz de Cristo













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