Jesús lloró.
Y todos le recriminaron su tardanza en auxiliar a la persona enferma de gravedad.
Nadie sabía acerca de Tú demora; y algo muy poderoso la motivó.
El motivo, era darle toda la gloria al Rey de la eternidad.
La interpelación del pensamiento humano fue: oh Jesús, si hubieras llegado antes no habría muerto.
Y Él con inmediatez respondió: No te he dicho, que si crees verás la gloria de Dios.
Ante esta aseveración, no les cabía otra expectativa, de que resucitaría en el día postrero;
porque el esperado milagro de dar vida al fallecido, no existía en sus corazones incrédulos.
¿Donde le pusisteis? preguntó Jesús;
y le dijeron ven y ve.
En la tenebrosa muerte solo se ve luz,
por el inmenso resplandor que irradia el Hijo del Hombre.
Y cuando se cumplió el cuarto día en el sepulcro, ya con el hedor de la muerte,
oh Señor, mandaste quitar la piedra que lo cubría.
Y después de orar al Padre,
dijo: ¡Ven fuera! y salió libertado con la sobrenatural resurrección, y el asombro del que lo veía.
Y se desataron, de los testigos, sus vendas: que son las ancestrales e incredulas ataduras del alma cautiva, que el cielo nunca amparará;
para gloriarse en el Todopoderoso Jesucristo.
Jesús, dijo: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque este muerto vivirá.
Y el alma del que creyere será arrebatada a la eternidad, por la verdad del Santo Espíritu.
Paz de Cristo
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