Oh gran Yo Soy, has desnudado mi alma,
y la has vestido de santidad.
Me has guardado en tu Palabra,
que es la bienaventuranza de eternidad.
Has muerto al pecado por el bautismo en el nombre de Jesús,
y nada en ti vive fuera del Espíritu.
Únicamente la verdad está en su admirable luz,
que nos da la visión del sagrado camino.
Y el Rey de reyes hechó su red de salvación;
y tú estás dentro, protegido por infinitos nudos que ya no tienen cabos sueltos.
Oh Señor, Tú me has concedido el excelso perdón,
que me hará morar en el reino de los cielos.
Sé, oh Todopoderos Redentor,
que las asechanzas del maligno son los cabos que aún me faltan por atar.
¡Pero el amor echa fuera el temor!
Y Tú, oh Rey de la gloria, me has escogido para rendido a tus pies en eterna postración poderte amar.
Existe un abismo, oh Omnipotente Salvador,
que separa a los salvos de los condenados.
Qué no te separe de esta grandiosa salvación la falta de amor;
porque tienes que saber, que únicamente hollarán el paraiso los bienaventurados.
Paz de Cristo
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