¿Es suficiente saludar con un Dios te bendiga, para reconocer al que está en Cristo?
¿O qué un amén como respuesta nos sea determinante?
Lo verdaderamente esencial, oh Señor, es que te acuerdes de mí cuando vengas en tu reino.
Y que siempre, oh Señor Jesús, vea tu paraiso celestia al invocar tu santo nombre.
En tus promesas, oh Cristo Redentor,
vive mi esperanza.
Porque en el santuario de tu amor,
oh Rey de reyes, se hizo manifiesta la sagrada bienaventuranza.
Haz, oh Alto y Sublime,
que se desborde la fe en nuestra vida.
Y que lo celestial nos sustente,
para permanecer sanados en tu herida.
Por el poder de la Palabra,
lo prodigioso se torna real.
Clama al Santo de Israel, que en su gracia te guarda,
y serás lleno de lo sobrenatural.
De lo alto desciende la perfecta unción,
que nos revela, oh Señor, tu conocimiento eterno.
Vuelve en sí; y sé el atalaya de la misión,
que te ha asignado el santísimo cielo.
Paz de Cristo
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