Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
De tal transparencia espiritual se reviste el genuino discípulo de Cristo,
que en la Palabra están todos sus anhelos,
y es inherente a la verdad del Santo Espíritu.
En su llamado,
siempre ha prevalecido la obediencia.
Y nunca le es tropiezo lo que sea en él perfeccionado;
porque su sobrenatural provisión, oh Señor, es tu presencia.
En su vida nada se resuelve,
sino es en el nombre de Jesús.
Y todo regocijo se desprende,
del que se reconoce y permanece consagrado, oh Rey de la gloria, en ser un hijo de luz.
Estar asido a tu excelsa diestra, oh Sumo Redentor,
hace revivir en la memoria tu santísimo perdón.
Porque, oh Cordero inmolado, tu incomparable sacrificio de amor,
dio gracia al pobre de espíritu en su abnegado corazón.
Oh Todopoderoso Señor y Salvador Jesucristo,
toda la bienaventurada esperanza del reino de los cielos,
es el sagrado galardón del que se guardó en tu Santo Espíritu,
para ser glorificado con los ricos eternos.
Paz de Cristo
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