Oh Señor, era un pecador enlutado,
y me concediste el gozo del perdón.
Oh Cordero Inmolado,
de tu Gracia, nos has dado Salvación.
Oh Cristo, no abriste la boca,
en tan abominable martirio.
Tu humanidad padeció la tortura,
con resignada obediencia, en el cumplimiento fiel del Sagrado Escrito.
Tu Eterno Templo, oh Cristo Jesús, fue destruido,
y en tres días lo reconstruiste.
La Resurrección se manifestó, en el Universo quebrantado;
y el día de Pentecostés, el Espíritu se derramó sobre la Jerusalén creyente.
Prodigiosas señales siguieron,
a los que predicaba el Evangelio.
Y muchos se convirtieron,
con un sentimiento Santo, ser Hijos del Señor Eterno.
El aroma fragante del Lugar Santísimo,
lleno de Gracia, cada corazón.
Y desde su Trono el Altísimo,
con un Glorioso gozo, derramó su Santa Unción.
Paz de Cristo
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