Y atribularé a los hombres, y andarán como ciegos, porque pecaron contra Jehová; y la sangre de ellos será derramada como polvo, y su carne como estiércol. Ni su plata ni su oro podrá librarlos en el día de la ira de Jehová, pues toda la tierra será consumida con el fuego de su celo; porque ciertamente destrucción apresurada hará de todos los habitantes de la tierra.
Y una gran congoja poseyó al ser humano.
Oh Todopoderoso, el desdén reiterado al arrepentimiento, supuso el entenebrecido abismo para tu obra maestra;
y opacó drasticamente, su ya de por sí entendimiento precario.
La Biblia dice: Qué, oh Señor, Tú eres lento para la ira, y grande en misericordia.
La endémica perversión humana condujo al día de la ira, anunciado con mucha antelación por el Omnipotente.
No sirvieron, oh Rey de reyes, los prodigios concedidos por tu gloria;
desencadenaron aún más, la aberrante altivez del corazón maledicente.
La majestuosidad del Hijo del Hombre manifestado en carne,
no desterró el yugo de la ancestral concupiscencia.
Las buenas nuevas de salvacion eterna por ti predicadas, oh Fiel y Verdadero, fueron consideradas como una provocación infame,
por la farisaíca y rebelde audiencia.
Oh Señor Jesucristo, aun fuiste vendido por treinta monedas de plata.
Y en tu juicio sumarísimo, la chusma gritaba: ¡Crucifícale! ¡Crucifícale!
Oh Santo de Israel, el martirio más abyecto tuvo su final en el abominable sacrificio de la cruz de Calvario; y con el derramamiento de tu preciosa sangre hiciste propicio el nuevo pacto de la gracia,
que sirvió para redimir la inicua vileza del execrable hombre demente.
Y, oh Cristo, tu templo destruido e inhumado en el santo sepulcro;
venció con su muerte al imperio de la muerte, y al tercer día el primogénito de los muertos resucitó.
Y tuvo que palpar su sagrada llaga el incrédulo discípulo;
porque nadie daba crédito de que, oh Cristo Jesús, Tú eras, eres y serás por la eternidad el único y verdadero Dios.
Paz de Cristo
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