Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos. Porque Cristo por eso murió y resucitó, y volvió a vivir, para ser Señor así de los muertos como de los que viven.
Tú mides la vida, oh Cristo.
Nada se soslaya a tus sagrados mandamientos que nuestra existencia rigen,
y nos perfeccionan en la verdad del Santo Espíritu.
Qué tu disposición,
dé siempre lo excelente a Cristo Jesús.
Y de todo lo guardado, guarda tu corazón;
y vivirás en su sobrenatural plenitud.
Porque tu vida terrenal es efímera,
vívela en el Señor Jesucristo.
Qué no haya en tu alma ninguna raíz de amargura;
y sé sin medida compasivo.
Oh Todopoderoso Redentor, confío a tu poder la pureza de mi altar,
ante la repentina muerte.
Y que la gracia de amar,
sea, oh Señor, tu admirable luz en toda obscuridad presente.
Y los que murieron en tu paz, oh Omnipotente Salvador,
en el arrebatamiento de tu amada Iglesia resucitarán primero.
Y sus cuerpos glorificados verán tu rostro, oh Sumo Hacedor,
para vivir regocijados en el paraiso eterno.
Paz de Cristo
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