Oh Cristo, viniste desde tu Santuario Eterno
a predicar el Evangelio.
Y la Palabra del Reino,
con el poder del Espíritu, fue tu Ministerio.
Los gentiles escuchaban tus Parábolas,
oh Señor, posicionados en la ancestral animadversión.
Eran de convicciones malsanas,
en su idolatrado corazón.
Jesucristo, transitó por caminos inhóspitos.
Él tenía que depositar su semilla Santa.
Y la sembró en lugares sórdidos;
porque quiso dar Luz, a las tinieblas del alma.
En Nazaret, no hizo milagros,
eran duros de cerviz:
absolutos incrédulos.
Nadie es profeta en su tierra, se dio ya siempre en decir.
Oh Señor Jesucristo, antes de nuestra existencia;
Tú, en la Eternidad, diste Salvación
a almas escogidas que emanaron excelencia,
y derramaste sobre ellas tu Gloriosa Unción.
Paz de Cristo
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